Opinión | La trastienda
Guerra de bloques

Debate en la Cadena Ser / El Periódico
¿Qué se puede hacer cuando una partida de ajedrez se le pone a uno complicada y tiene todas las de perder? Fácil: Dar un puñetazo encima del tablero y tirar las fichas al suelo. Colocarlas de nuevo lleva implícito empezar la partida y, quién sabe, el resultado puede ser diferente. La campaña electoral de Madrid, que tiene más de estrategia y de marketing que de confrontación de ideas y propuestas, es puro espectáculo y un debate en territorio hostil para Vox como es la SER (literal) no puede ser desaprovechado por su candidata, Rocío Monasterio, para liarla parda, lo mismo que por su contrincante, Pablo Iglesias, listo como él solo, para levantarse e irse del estudio saliendo en todos lados como el indignado demócrata que no está dispuesto «a blanquear a la extrema derecha» (literal) ni a consentir que no se condenen las amenazas que él y otros han recibido.
Seguro que la popular Isabel Díaz Ayuso se ha arrepentido ya de rechazar la invitación y no estar presente en este debate por considerarlo innecesario. Porque lo que sí está claro es que le ha dado alas a Vox y, lo peor, parece haber reactivado al bloque de izquierdas, más proclive a coaligarse e intentar derribar a la derecha en su conjunto.
Las campañas electorales no suelen servir generalmente para nada. Cuando las convoca el presidente/a las posiciones están fijadas y el grupo de indecisos no resulta relevante y lo que hace es afianzar tendencias prefijadas de antemano. Pero hay que tener cuidado porque un incidente o un simple hecho no previsto puede dar al traste con todos los pronósticos. Ayer y antes de ayer nadie hablaba de Isabel Díaz Ayuso, todo el mundo se refería a Monasterio y su comportamiento y a Iglesias, quien podía haber debatido, contrarrestar ideas, usar la palabra, pero prefirió el golpe de efecto, la salida airada con que dejar en evidencia a la candidata de Vox y acusarla de antidemócrata.
Los demás candidatos optaron después por marcharse, tras consultar a sus respectivos asesores, pero la pelea ya se había terminado y tenía dos claros vencedores a derecha e izquierda. Una por atacar al «comunista» objeto de todos los males, el otro por poner en evidencia a la «fascista» que no acepta más que a los que piensan como ella. Pareciera que estuviéramos en los años cuarenta de nuevo, la lucha de antaño, de cuando España se partió en dos, traída a unas elecciones autonómicas cuya candidatos principales -en este caso Ayuso y Gabilondo-, no parecen convocados.
A estas alturas sigo pensando que el PP tiene una clara ventaja sobre el resto y que su candidata ha sabido plantear muy bien la campaña desde que convocó las elecciones, pero, ojo, que las encuestas las carga el diablo y pareciera que el pastel precocido hace quince días hubiera cambiado de ingredientes. Hasta ahora el objeto de la pugna era el virus del covid y sus consecuencias, la lucha contra la pandemia, las diferencias de gestión entre el gobierno de Sánchez y el de Ayuso. Ahora es una campaña de bloques, a derecha e izquierda, de ideologías. Y en este caso la pelea política se convierte en un campo de minas.
Estamos donde le interesa a los extremismos, cuando el brazo ideologizante lo define todo, cuando ya no importa tanto lo bien o lo mal que lo haga un determinado político, solo si es de los míos o de los de enfrente. Esta campaña no le interesa al PP y me temo que tampoco al PSOE, pero sí a Vox y a Podemos al separarse de los grandes partidos. ¿Y a Ciudadanos? A los naranjas los que menos. Cuando una sociedad se polariza el centro sale perdiendo, pasa de ser lugar de encuentro a zona irrelevante.
Así van las elecciones, cuesta abajo y sin saber muy bien cuándo pararemos. Porque con estos mimbres el diálogo y el pacto resultan imposibles y tras el 4-M habrá que formar un gobierno y abrir una convivencia. Veremos entonces qué puentes quedan en pie. A este paso ninguno.
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