TIRO AL AIRE
Quebrantahuesos
El caso de Grau confirma, en tanto que excepción, aquello de que la música amansa a las fieras. En este caso, las despierta

Un día de clase, un alumno preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba el primer signo de la civilización. «Un fémur fracturado y sanado», contestó ella. La famosa respuesta de Mead, también poeta, sitúa los cuidados como base de nuestra sociedad y, a la ... vez, convierte a la medicina en lenguaje humanístico universal. Somos civilizados porque nos cuidamos.
Si el primer signo de la civilización es un cuidado sanitario, el último lo sería rechazar a un médico porque no posee el título de una lengua cooficial. Los defensores del diploma sostienen que si alguien ha podido sacarse una carrera tan difícil, por qué no pasar el examen de otra lengua. Leo el mismo argumento al hilo de la historia de Encarna Grau, la profesora valenciana de trompa que, tras 35 años impartiendo clase, ha sido despedida del conservatorio a sus 62 años. Se apunta a que no tiene un diploma oficial del valenciano, una lengua que sí habla. Ella recuerda que la música es un lenguaje universal. Como la medicina. Ambos balsámicos. El caso de Grau confirma, en tanto que excepción, aquello de que la música amansa a las fieras. En este caso, las despierta. Cuando los procedimientos y las normas arrasan a las personas no hay civilización sino barbarie.
Uno de los mejores consejos sobre tolerancia cultural –¿qué es sino la tolerancia humana?– lo recibí en el conservatorio en forma de orden. Como una especie de juramento hipocrático –otra vez la medicina y la música de la mano– la profesora de solfeo nos hizo prometer, y prometimos, que escucharíamos siempre todo tipo de música. Incluida la moderna, incidió. «Ahora que sabéis música nunca jamás debéis cerrar los oídos a ningún estilo», dijo. Como panda de chiquillos estándar yo no veía peligro alguno en quedarnos atascados en Bach y Haydn, pero es verdad que los de mi generación no hemos amado igual después de Axl Rose. Aun así, juré y cumplí. Hasta que llegó el rap. Después, el reguetón. He de confesar que mi oposición se ha ido aplacando con los años, volviendo así al cumplimiento de la promesa cultural. No por una cuestión de gustos, sino política: la música no es de nadie porque es de todos. Nos llegue o no, la cantemos, la bailemos, la entendamos o no, la interpreten personas de nuestra cuerda o de la contraria. Ocurre lo mismo con la medicina y con las lenguas.
Las artes, los cuidados y la comunicación y su enseñanza y aprendizaje nos hacen humanos. Dejar que alguno de esos tres pilares esté en posesión exclusiva o solo encuentre su defensa en determinados partidos políticos es quebrar los huesos de nuestra convivencia. Cualquier política lingüística extremista lo hará. Dará votos, pero serán votos quebrantahuesos. Y si recomponer huesos nos civiliza, romperlos nos 'asalvaja'. O lo que es lo mismo, nos lleva de vuelta a la caverna.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete